La Navidad está a la vuelta de la esquina y los camellos hace tiempo que llegaron. De hecho, nunca se fueron. Los pequeños narcotraficantes se frotan las manos ante la avalancha de fiestas que desplegará la celebración del nacimiento de Cristo y el aumento de clientes deseosos de tocar el cielo a través del cada vez más variado y extendido abanico de drogas. Veamos algunos casos que ocurren en España. A pesar la distancia física, económica y social, en lo referente al consumo de drogas la diferencia no es tanta con respecto a lo que pasa en México.
Aliou procede de Senegal, lleva más de siete años viviendo en España y ha hecho de la venta del hachís su profesión. Nada en su aspecto delata el tipo de negocio al que se dedica. Viste al estilo europeo, camisa y pantalones de pinza, suele llevar siempre un periódico bajo el brazo, un mp3 colgado al cuello, un móvil guardado en la cazadora, unas modernas gafas de vista sobre su ancha nariz y varios «huevos» de hachís en los bolsillos de los pantalones. «Tengo clientes fijos. Todos son mayores de edad. Me llaman por teléfono, me dicen donde están y quedamos en algún sitio céntrico en el que haya mucha gente».
Cada uno de los huevos que lleva los vende a 28 euros. El dinero que gana, entre 1.500 y 2.000 euros es el sueldo con el que vive en España. «Con la llegada de las fiestas estoy que no paro ni un minuto. La gente quiere asegurarse que tendrá porros para estos días, entre tantas comidas familiares y de amigos, les gusta relajarse un poco fumando hachís», explica en un perfecto español el traficante.
Pescadero y pastillero
Javier, nombre ficticio de un joven de 35 años, compagina sus labores en la pescadería en la que trabaja con la venta de cocaína y pastillas. «Yo sólo llevo la droga de un sitio a otro, normalmente una vez al mes. Recojo la mercancía en un sitio y la llevo a casa de un chico que se encarga de distribuirla. No me ensucio las manos, sólo me encargo del transporte». En apenas una hora el joven puede ganar entre 600 y 1.000 euros, dependiendo de la cantidad de droga que lleve. «La droga la pongo dentro de la caja de los pedidos de los clientes, la camuflo con el pescado, y la llevo en la moto. Salgo a hacer el reparto de pescados y aprovecho para sacarme un extra en el sueldo».
Con la llegada de la Navidad, las salidas de Javier de la pescadería se demoran un poco más: «Durante las fiestas, la cocaína es el postre estrella de cualquier mesa que se precie, y te hablo de comidas de empresarios y profesionales de alto standing. Las pastillas también rulan mucho, aunque éstas se consumen en las discotecas y las raves, y por gente más joven y estudiantes».
Al aumento del consumo de drogas en nuestro país y a la baja percepción del riesgo que suponen, se suma ahora el descenso en el precio de éstas, como revela un informe reciente del Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías (OEDT). A pesar de haber aumentado en los últimos años el número de incautaciones de alijos de estas sustancias, las drogas son más baratas ahora que en los años ochenta y noventa. Mientras, la puesta en circulación del euro hacía percibir un aumento generalizado en el coste de la vida, el precio ajustado a la inflación del éxtasis bajaba un 47 por ciento, el de la heroína un 45 por ciento, y se abarataban también la cocaína (22 por ciento), las anfetaminas (20), la resina de cannabis (19) y la marihuana (12).
«Hace ya algunos años las pastillas costaban 3.500 pesetas la unidad y con una tenías para todo el fin de semana. Con los años han ido reduciendo su precio junto a su calidad. Ahora una rula (pastilla de éxtasis) te cuesta 5 euros, más barata que una copa. Para gastarte 3.500 pesetas en pastillas tienes que comerte unas cuantas o más bien unas muchas.», explica Tomás, un joven consumidor habitual de estupefacientes. En su opinión, la bajada de precios «potencia el consumo». ¿Dónde se compran las pastillas? «Las pastis las encuentras en cualquier discoteca, sólo hay que preguntar a la gente y siempre hay alguien que te pasa, no hay problema», señala el joven. Algo parecido ha pasado con la cocaína, su precio ha pasado de las 12.000 pesetas el gramo a los 50 o 60 euros de la actualidad.
Entre 7.000 y 8.000 muertos
El OEDT advierte que la presencia de drogas ilegales más baratas en los mercados puede provocar «un aumento de las intoxicaciones agudas». El informe pone sobre la mesa que en Europa se producen anualmente entre 7.000 y 8.000 muertes relacionadas directamente con las drogas, lo que supone el siete por ciento de las defunciones de adultos menores de 40 años, sin incluir las muertes por accidentes, enfermedades crónicas o actos de violencia causados por la droga.
En España, los ingresos hospitalarios por ingesta de drogas ascienden cada año. La última encuesta de morbilidad hospitalaria (2004) del Instituto Nacional de Estadística recoge 9.525 altas hospitalarias por trastornos mentales debido al consumo de drogas ilegales.
Sumada la cifra a los efectos psiquiátricos del alcohol, arroja un resultado de 20.029. Si comparamos los resultados combinados de alcohol y otras drogas con los de 2000, año en que los métodos de medición eran distintos, la comparativa se traduce en un aumento de alrededor del 56 por ciento.
A las ya habituales pastillas, speed o éxtasis líquido, se unen ahora nuevas drogas de diseño que están apareciendo en los locales nocturnos de nuestras ciudades. Se trata de estupefacientes que son auténticas bombas de relojería, letales para el consumidor. Es el caso, por ejemplo de la m-cpp, una droga que no está prohibida en las listas internacionales de estupefacientes, y que se presenta como una pastilla en la que hay impreso un tiburón. Produce en quien lo consume reacciones de pánico y ansiedad, lo que llega a provocar paros cardiacos.
Sustancias importadas
Otra de las drogas más peligrosas que según los expertos ha entrado con fuerza en el mercado negro español es una metanfetamina, el crank, que llega de EE UU, donde su extensión y consumo causa verdaderos estragos sociales.
Se estima que hay más de 12 millones de norteamericanos enganchados a esta sustancia, un estimulante muy potente que afecta a las células que están en los centros de placer del cerebro: produce sensación de bienestar y acelera la actividad corporal. La alteración que provoca es de tal magnitud que puede desencadenar brotes violentos y paranoicos que pueden prolongarse durante doce horas. Esta sustancia, barata y fácil de fabricar en laboratorios clandestinos, destruye las neuronas y es tan adictiva que resulta casi imposible dejarla. El deterioro físico de quien la consume es similar al de la heroína.
La Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) constata el crecimiento en el consumo de todo tipo de estupefacientes. Parte de la causa reside, según su director, Eusebio Megías, «en la falta de tolerancia a la frustración que hoy en día tienen los jóvenes españoles, y en que las drogas han dejado de ser «algo ajeno» para pasar a formar parte de la sociedad.
Fuente: www.lamarihuana.com