La onda juvenil de emborracharse empalmó con la obsesión por la delgadez: se cuentan las calorías de las bebidas y se las resta de la alimentación. Según el alerta de los especialistas, el cuerpo paga la fiesta.

“Los sábados no almuerzo y durante la tarde como una ensalada de lechuga y alguna fruta, así a la noche puedo tomar todo lo que quiero sin zarparme con las calorías”, asegura Vanesa, de 24 años, quien sufre de anorexia nerviosa y que, desde el año pasado, comenzó a darse cuenta de que su gusto por las bebidas la había transformado en otra víctima del alcoholismo.

Lo de Vanesa no es más que la combinación de dos enfermedades (la anorexia y el alcoholismo) que da origen a otra: la alcohorexia. Si bien en la Argentina no es una patología común, vale destacar que se manifiesta cada vez con mayor frecuencia entre las mujeres jóvenes de nivel socioeconómico medio y alto.

Si bien “alcohorexia” todavía no es un término médico oficial, ya es considerado por los especialistas como un grave problema sanitario que afecta a unas 180 mil mujeres sólo en la Argentina.

Este nuevo mal tiene sus variantes: hay pacientes que cuentan las calorías que dejarán de ingerir para reemplazarlas por alcohol y así no engordar; otras dejan de comer para reemplazar los valores calóricos de los alimentos con el alcohol, y un tercer grupo usan el alcohol después de comer en exceso para provocar el vómito y evitar engordar.

La médica nutricionista Mónica Katz, de la Fundación Favaloro, lo explica: “Se trata de una conjugación de anorexia, bulimia y alcoholismo. Consiste en no comer sometiéndose a una abstinencia alimenticia voluntaria o realizar un atracón y posteriormente provocar el vómito, teniendo como tónica dominante en ambas conductas el abuso de bebidas alcohólicas”.

Según los especialistas, en los últimos cinco años se triplicó el número de pacientes víctimas de esta enfermedad que combina “malos hábitos nutricionales con un fuerte componente adictivo”. En general, las afectadas no creen tener problemas con el alcohol. Dicen que saben controlar cuánto toman y cuánto dejar de comer para amortizar las más de 200 calorías que aporta un trago, las mismas que podrían jugar en contra de sus ansias por bajar de peso. “Pareciera que las mujeres no tienen en cuenta las calorías del alcohol; son capaces de no comer para ahorrar calorías, pero no resignan la bebida del fin de semana”, aporta la profesional.

“Hay mujeres que temen meterse una uva en la boca, pero no tienen ningún problema en tomar una cerveza”, dice el doctor Douglas Bunnell, director de los servicios clínicos externos del Centro Renfrew de Filadelfia, en Estados Unidos. Este centro ofrece un enfoque dual sobre el abuso de sustancias y los trastornos alimentarios. “El hábito de emborracharse es de onda, mientras que estar delgado es un imperativo cultural para las jóvenes, por ende no es sorprendente la mezcla de ambas cosas, aunque ha llegado a un punto crítico en términos de conciencia pública”, reconoce.

Una indiscutible razón biológica agrava aún más la situación: las mujeres metabolizan el alcohol a una velocidad un 50% menor que los hombres, con lo cual el efecto es peor. Y si a esto le sumamos el hecho de no haber comido, la ecuación es explosiva. “Si el alcohol se consume sin alimentación de por medio pasa más rápido a la sangre y por lo tanto sus efectos son más rápidos: ebriedad y malestar general; lo preocupante es que el organismo se deteriora por doble vía: una por alcoholismo y otra por la malnutrición”, afirmó Katz.

PACIENTES. Jorgelina tiene 30 años, es licenciada en Ciencias Políticas y se volvió anoréxica a los 23. “Fue en la época que estudiaba en la facultad. Llegué a estar dos meses casi sin comer, apenas ingería pequeñas porciones bajas en calorías. Después empecé a comer mucho y luego forzaba el vómito. Usaba el alcohol para vomitar”, relata la mujer que ya superó el mal trance originado por la enfermedad cuyo nombre “no se conocía en aquel momento”.

También es común que exista una negación sistemática del problema por parte de quien lo sufre. “Como en todo trastorno metabólico, los pacientes no se dan cuenta de que lo padecen y que están dentro de un círculo vicioso para su organismo, por eso es importante la detección por parte de la familia o del médico de cabecera de los primeros síntomas: cuando dejan de comer, comienzan a realizar ejercicio excesivo, ingieren laxantes, tardan más tiempo en el baño y se provocan el vómito y, por supuesto, cuando ingieren frecuentemente alcohol”, explicó la psiquiatra Lilian Urrutia, especialista en trastornos alimentarios.

“La gente está empezando a darse cuenta de que la comida puede funcionar de la misma forma que las drogas y el alcohol”, afirmó la doctora Suzette M. Evans, catedrática de Neurología Clínica en Columbia y autora de una investigación sobre la conexión entre la bulimia y el abuso de sustancias adictivas.

Si bien no hay estadísticas fidedignas, los especialistas hablan de un incremento sostenido en el nivel de consultas en los últimos años, que alcanza a triplicar los casos. Desde la Subsecretaría de Adicciones de la provincia de Buenos Aires admiten el crecimiento de los casos, aunque son cautelosos a la hora de tipificar la alcohorexia como una nueva patología. “Es cierto que cada vez hay más mujeres que padecen ambas enfermedades combinadas, pero no me animo a considerarla una enfermedad en sí misma”, afirmó María Graciela García, responsable del organismo público. “Estos trastornos están enmarcados en un cuadro general de depresión originado en el vacío de afecto que padecen muchos jóvenes”, agregó la funcionaria.

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