Cuando acepté la invitación para dar esta charla, no sabía dónde me metía. Lo cierto es que en el lugar en que yo me encuentro, podríais estar cualquiera de vosotros. Y aún no entiendo muy bien cómo estoy aquí delante en lugar de estar sentado entre vosotros escuchando a alguien realmente entendido en la materia. Pero cuando Taro me propuso la intervención y me habló del tema elegido… creí que era algo importante, muy importante, sobre lo que merecía la pena reflexionar juntos.

Nuestros hijos ante el alcohol y las drogas…

Tengo dos hijos, Lola, con dieciséis años y José Carlos con trece. Os puedo garantizar que este tema ha sido una constante pesadilla en mi vida. Y lo ha sido porque estoy marcado por esta pesadilla.

Llevo veintidós años de mi vida dando clase. Mi acercamiento a la docencia fue vocacional, y he de confesaros que debo mucho a Fomento de Centros de Enseñanza. Le debo mucho porque me educaron como alumno, y como alumno me inculcaron una escala de valores en la que aún creo y que ha constituido y sigue constituyendo el baluarte de mi existencia. Y también le debo como docente porque me estrené como profesor en sus aulas, con los cursos de preparación de nuesvos profesores en Madrid. Fue esta institución la que me marcó las directrices de lo era ser un buen profesor y de lo que es ser un buen tutor.

No estoy echando flores. Os prometo que estoy hablando desde el corazón.

Yo tenía veintidós años cuando empecé a dar clases en Ahlzahir. Fue allí, durante el primer año como profesor cuando un tutelado mío, una persona sensible y maravillosa, se vio envuelto en la droga. Asistí impotente a su proceso de degradación y sufrimiento. Intentó cortarse las venas, se le salvó. Fui a verlo al hospital y no quiso mirarme a los ojos. Al día siguiente, saltó desde una sexta planta.

Durante años, he revisado mi relación con este hombre que sólo tenía dieciséis años. La edad que hoy tiene mi hija. Durante años me culpé porque no vi la inminencia del riesgo ni supe cómo actuar. Aún hoy siento miedo y lo he sentido desde que decidí tener hijos. Quizás por eso aceptara la invitación de Taro cuando me mencionó el tema. Si lo que hoy pueda deciros os puede ayudar, y a través de vosotros a vuestros hijos, la muerte de aquel muchacho no habrá sido del todo inútil.

No voy a hablaros de drogas ni de alcohol ni de tabaco. No como si se tratara de proporcionar información pura y dura. Sobre los efectos que producen las distintas drogas y sus consecuencias, nadie mejor que un médico, y los hay entre nosotros. Si se tratara de que viéramos en vivo y en directo un porro, una china, una pastilla de éxtasis, una de ácido o cómo se guarda y se consule el crach o la cocaína, nadie mejor que un policía. No, no voy a hablaros de esto. Si queréis o necesitáis información divulgativa, al final se os dará una relación bibliográfica de consulta. Lo que a mí me preocupa y de lo que voy a hablaros es de por qué se drogran, de cómo podemos evitarlo, de cómo debemos actuar.

Dijo Séneca, que lo único que hace falta para morirse es que uno esté vivo. Pues en la misma línea, lo único que alguien necesita para drograrse es, en un momento de debilidad, decir… ¡Sí! Ya no podemos pensar en el “sí” del inocente, del que llega a drogarse sin saber lo que está haciendo, tanto en las familias como en los centros educativos, como en los medios de comunicación, se está proporcionando una cantidad ingente de información sobre la droga. Nuestros hijos están cansados de oír siempre lo mismo y con la misma insistencia. Cuando alguien dice “sí” es porque acepta consumir droga y asume el riesgo, aunque no tenga ni idea de lo que eso pueda significar en su vida.

Ese “sí” puede venir motivado por razones internas: soledad, inseguridad, rebeldía, ansiedad… e incluso por predisposiciones genéticas. O puede venir dado por razones externas: la influencia social y ambientas, en especial los amigos, tan idealizados en el periodo de la adolescencia… Y lo que es seguro es que no podemos aislar la causa porque se trata de un cúmulo de razones que, en mayor o menor medida, se agitan en el interior de todos nosotros como si fuéramos una batidora.

Pero cualquiera que sea la causa, está claro que si llegan a la droga es porque la droga está ahí a su alcance y es un producto de consumo sobre el que los intereses económicos están actuando. Se habla mucho de campañas contra el tabaquismo y se organizan campañas contra el consumo de alcohol en los centros educativos. Aparece como contenido transversal con desarrollo por todos los departamentos en Tercero y Cuarto de ESO y como contenido específico en ambos cursos en Tutoría. Oímos a nuestros políticos elevar la voz desde la tribuna, con aspavientos más o menos pronunciados según la cercanía a unas elecciones o el auditorio, pero no se dice el dinero recaudado por la Hacienda Pública por los impuestos indirectos derivados del consumo del alcohol y del tabaco, y todos sabemos la importancia que tiene el comercio del alcohol en una zona vitivinícola como la nuestra y a mí me parece una ironía que raya en el absurdo que se estén denunciando a las tabaqueras por los problemas de cáncer y no a los gobiernos que autorizan el comercio del tabaco en sus estados y se lucran con los impuestos derivados de este comercio. En cualquier caso, las drogas “legales” o “ilegales” están ahí, como el bien y el mal, y seguirán estando al alcance de nuestros hijos y de nosotros mismos. Lo que debemos tener tan claro como una declaración de principios elemental es que siempre resultará más fácil educar a un individuo que transformar el mundo entero que ya era así cuando nosotros llegamos aquí. Podemos lamentarnos de que el mundo no nos ayuda o concentrarnos en ayudarnos nosotros mismos.

Todas las drogas presentan al principio una cara atractiva, ofrecen una imagen positiva que atrae. Vemos la televisión y en un ambiente de movida de discoteca donde el ruido de la música impide cualquier intento de diálodo, un chico gesticula preguntando a la chica qué quiere que le pida –obsérvese que la chica es el centro de atención de un muchachote de buen ver que quiere invitarla a algo-. En ese momento, la adolescente está observando la escena y quisiera estar en su piel, saberse el centro de atención, sentirse agasajada por un muchachote de anuncio como ese. La chica trata de decirle algo, pero la música lo impide. Ella decide entonces gesticular y hace una perfecta representación del placer sensual-sexual que le supone ingerir alcohol. Desliza la punta de sus uñas por la garganta en sentido descendente buscando y centrando nuestra atención en el escote del vestido; dobla hacia atrás su cabeza, deja los ojos en blanco y se contonea suavemente frente al chico. El chico entiende, ese efecto embriagador sólo puede proporcionarlo una bebida. Se gira, no menea la cola porque no tiene, pide la bebida en la barra. ¿Qué chica de quince o dieciséis años no desearía poder vencer su timidez hasta el punto de poder contonearse así delante de un guapo mozo? ¿Qué chico se resiste a semejante exhibición y renuncia a la supuesta llave que le va a proporcionar ese espectáculo? La puntilla viene ahora, el eslogan del anuncio, el mensaje que graba en la mente del receptor es… “¿Quién te lo prohibe?” El publicista ha sido un genio. Está jugando don el sentido transgresor de las normas propio de la adolescencia y está instrumentlizado todos y cada uno de los carteles que aparecen en bares y discotecas: “Prohibido el consumo de alcohol a menores de edad”. ¿Quién te lo prohibe? De esta forma, el inicio en el consumo es presentado ante el adolescente como un rasgo de madurez, de decisión, de autoafirmación. Un paso adelante para identificarse con la imagen de felicidad que se la presentado como modelo. Un forma de relación social, una forma de vencer la timidez, un puente para ligar. Instrumentaliza los complejos propios de la adolescencia: si no te sientes segura de ti misma, si no eres una persona aceptada con un buen círculo de amigos, si no ligas… es porque aún no consumes este producto que te ofrezco. Está a tu alcance… ¿Quién te lo prohibe?

Si desde el principio, la carta de presentación social de las drogas fuera la real, la negativa, la que centra la atención en las consecuencias… no tendríamos tanta dificultad para evitas que nuestros jóvenes y no tan jóvenes se iniciaran en la droga. Pero lo que se presenta ante ellos, a través de los medios de comunicación –financiados por la publicidad- es la imagen atractiva, tanto más deseable cuanto lo propio de la adolescencia es la inseguridad. La búsqueda de una identidad diferenciada de la familiar.

Desde el momento en que se inicia en el consumo de las drogas, y según qué drogas, aparecen cinco etapas en el proceso de adicción –sigo aquí al doctor Arnold M. Washton, en su libro Querer no es poder-.

La primera sería la etapa del enamoramiento. Las primeras experiencias con las drogas suelen dejar una marca. Si este primer contacto resulta agradable, se produce el enamoramiento. Entonces se produce un cambio en el estado de ánimo, es algo visceral causado por una alteración química en el cerebro. Se genera un encandilamiento igual que cuando uno se enamora.

La segunda fase sería la “luna de miel”. Una vez aprendido el camino y asociado el consumo a un determinado ambiente, el principiante se aleja de cualquier sentimiento de culpabilidad, de cualquier sentimiento negativo relacionado con el consume. De ahí, el paso a la adicción es muy sencillo. La baja tolerancia a la frustración en nuestra sociedad, la incapacidad para hacer frente a esas adversidades constantes y necesarias en la vida, los lleva a la búsqueda de soluciones mágicas. Entonces se busca el recurso químico que facilite el cambio. Durante la luna de miel, el individuo experimenta todas las gratificaciones de la droga sin experimentar ninguna consecuencia negativa. Siente que ejerce el control, es la época del “Tranqui, tronco, yo controlo”. Siente que la actividad es inofensiva, que él se la merece, y aún no se ha dado cuenta de que el engaño puede funcionar a largo plazo. No olvidemos nunca que los adolescentes viven en el hoy.

La tercera fase es la traición. Aparece cuando la adicción empieza a afectar a las distintas esferas de la vida. Es probable que el adicto empiece haciendo cosas que normalmente no haría para mantener su adicción (robar, participar en actividades ilícitas…), comienza el declive pero aún no lo reconoce y se disfraza de eufemismos psíquicos: lo hago porque me divierte, lo hago por el grupo, si lo hacen todos… Quiere aferrarse al “Yo controlo” de la etapa anterior.

La cuarta fase, es la ruina. Cada vez se necesita un mayor consumo. Las dosis han de ser mayores para conseguir los mismos efectos que al principio. Los estados de ánimo negativos profundizan en la conciencia. Está desarrollando la tolerancia y tiene que aumentar las dosis. Pero ya no obtiene el mismo placer. Ahora se trata, sencillamente, de evitar la angustia asociada al síndrome de abstinencia. La dependencia física ha afectado al sistema nervioso y el individuo está apresado. Los problemas vitales siguen agravándose.

La quinta y última fase es la “de prisión”. Es aquella en la que la deseperación llega a tales niveles que el individuo deja todo lo demás. Es un descenso a la deseperación incontrolada y a la destrucción personal. El servilismo ante las drogas no permite tregua y la espiral tiende a perpetuarse a no se que algo la detenga.

No, no, no os asustéis, no me voy a poner melodramático… Ya he acabado con este descenso al infierno.

El uso de la droga no es algo que deba asustarnos. De hecho, imagino que la mayoría de nosotros consumimos drogas de forma habitual o esporádica. Yo he sido fumador durante veinticinco años y bebo alcohol. Me gusta, los fines de semana, acompañar la carne de un buen tinto o tomar una cerveza bien fría. Y si eso somos nosotros… ¿Qué nos preocupa en nuestros hijos?

Hasta ahora, hemos hablado genéricamente de drogas. A mí me gustaría separar lo que son drogas sociales, fundamentalmente el alcohol y el tabaco; de aquellas que podríamos llamar drogas “prohibidas socialmente”, que serían las demás, desde el hachís o la marihuana, hasta la cocaína, pasando por el éxtasis. Y me gustaría separarlas porque creo que forman un grupo aparte y se ha hecho un flaco favor a la sociedad identificando a unas con otras.

¿Quiere esto decir que las segundas son más peligrosas? No.

En un editorial de prensa especializada en medicina preventiva, aparecía el siguiente titular: “ El consumo de alcohol provoca en España más de 13.000 muertes anuales”. Y continuaba con los siguientes datos: “El 46 % de los homicidios y el 25 % de los suicidios y las autolesiones que se registran en España están causados por el alcohol, una de las sustancias que más potencian la agresividad humana. Asimismo, el alcohol es el responsable del 40 % de los accidentes de tráfico con más de 2000 muertos al año. A esto, debemos añadir muertes ocasionadas por tumores, cirrosis y otras enfermedades derivadas del consumo de alcohol etílico”. En resumen, más de 13000 muertos, lo que representa el 6 % de la mortalidad total.

Evidentemente no son menos dañinas.

Lo que las hace diferenciables es que, al tratarse de sustancias prohibidas, su consumo se asocia a ambientes marginales en los que no vamos a tener acceso. Los padres estaremos excluidos, por lo que no podremos observar la progresión ni advertir el riesgo. Porque no solo se consiente en el consumo, sino que se hace en la aceptación de un grupo de “amigos” a los que une la transgresión. Esta realidad se ocultará a los padres con el consiguiente aislamiento que deja al joven en manos del grupo. Mi hija no tendría el más mínimo problema en decirme que ha bebido una cerveza, pero sí lo tendría y ella lo sabe en decirme que ha fumado marihuana o que ha esnifado coca. Lo segundo exige muchas más explicaciones que quizás ella estuviera dispuesta a dar si se tratara solo de sí misma, el problema es que nunca traicionaría a sus amigos.

Por otra parte el tabaco, siendo como es pésimo para la salud e inequívocamente adictivo, no produce alteraciones de la personalidad; y el alcohol siendo, como es tan peligroso como cualquier otra droga dura, forma parte de nuestra cultura. Tanto que oficiamos la Santa Misa con vino porque Jesús lo usó en la última cena y nos ordenó hacer lo mismo en conmemoración suya. Y lo que estoy diciendo no es ninguna ironía, es la verdad. La mayoría de nosotros guardamos recuerdos de nuestros padres y abuelos asociando el consumo de alcohol con alguna celebración, con motivo de un festejo, la feria, la boda, el bautizo, o la reunión familiar que motivaba el santo del abuelo. Y muy probablemente estemos transmitiendo esta misma imagen a nuestros hijos. Esta convivencia social e histórica de miles de años con esta droga, hace que sepamos cómo reaccionar en caso de intoxicación o “borrachera” de alcohol. Las drogas prohibidas son otra historia.

Fuente: josecarlosarandalengua