Calidad de vida y severidad de la adicción

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 Si ya son suficientemente reconocidas las dificultades

para la evaluación de los tratamientos para la

dependencia de sustancias, éstas se incrementan en

los programas con sustitutivos opiáceos, pues la filosofía

que los sustenta (9), los objetivos y el diseño de

los mismos varían de un país a otro (2,18), e incluso

en el nuestro, de una comunidad autónoma a otra

(19), de forma llamativa.

El perfil del paciente inicialmente atendido en el

PMM es el de un heroinómano de larga evolución,

con complicaciones médicas y escasa adaptación

sociolaboral, y que ha realizado previos intentos de

tratamiento. Este perfil coincide en general con el de

los heroinómanos en PMM en España (20) y en Asturias

(21). Cabe destacar, en lo que respecta a las diferencias

de nuestro grupo con el “perfil español de

pacientes de PMM”, una menor prevalencia de infectados

por el VIH, explicable por la menor tasa en Asturias

de adictos VIH+, seguramente en relación con el

mantenimiento de los PMM durante los años 80; y un

mayor nivel de desempleo, no sorprendente si consideramos

la situación de declive industrial y elevado

paro juvenil en el área por nosotros estudiada (Avilés).

Previamente a analizar los resultados de la variable

“calidad de vida”, creemos útil revisar las variables

“duras”.

Los resultados del EuropASI son congruentes con

los hallazgos analíticos de consumo de drogas (urinoanálisis)

y de estado físico (serología VIH). Y, en general,

también con la apreciación subjetiva del paciente

de su calidad de vida relacionada con la salud, medida

con el SF-36.

Todos estos hallazgos nos muestran una situación

muy mejorada respecto a la que el grupo estudiado

ofrecía al comenzar el tratamiento, tanto en lo que

respecta al consumo de drogas en general (drástica

disminución del consumo de heroína, importante la

del de cocaína, y cambios menos llamativos pero

constatables hacia un menor uso de benzodiacepinas

extraterapéuticas y cantidades elevadas de alcohol)

como al nivel de reinserción social (importante disminución

de problemas legales y más moderado incremento

del empleo, muy condicionado por el contexto

laboral del área). Además, las prácticas de riesgo asociadas

al consumo son casi inexistentes, siendo la

seroconversión VIH durante el tratamiento muy baja.

Por último, los propios pacientes manifiestan tener

una moderada satisfacción con su estado, atendiendo

a los resultados del SF-36.

Estos cambios se pueden relacionar, razonablemente,

con la permanencia en el PMM, aunque es

evidente que una aseveración en este sentido pasaría

por un estudio con “grupo control” sin tratamiento, a

todas luces inviable por razones éticas. El hecho de

que 49 pacientes se hayan mantenido en tratamiento

durante 4 años seguidos demuestra, una vez más, la

capacidad tan elevada de retención de los PMM (en

concreto, la del estudiado es del 67% a los 4 años) y

la necesidad de la misma para conseguir mejoras claras

en la calidad de vida de sus pacientes.

Con respecto a los logros alcanzados durante el

tratamiento con metadona, han sido varios los estudios

sobre las variables que podrían incidir en la manifiesta

efectividad de los PMM. Las más relacionadas

con un peor pronóstico son el consumo de cocaína u

otras drogas, la comorbilidad psiquiátrica, la dosificación

de metadona inadecuada, el tiempo en tratamiento

(retención) de menos de un año y la oferta

asistencial escasa. (2,4,10,18,22,23)

En nuestra investigación se confirman algunos de

estos aspectos, como son la efectividad general del

programa y la influencia negativa que ejercen la

comorbilidad psiquiátrica y somática (VIH+), y el

abuso de otras drogas (alcohol) en la mejora de la

situación de los adictos en el tratamiento, a pesar de

un tiempo en el mismo suficiente (4 años) y una dosis

de metadona adecuada (no se encontró relación alguna

entre ésta y el resto de variables estudiadas).

Los resultados de nuestro estudio indican que los

problemas de “salud mental” son aún importantes

en poblaciones drogodependientes relativamente

estabilizadas en tratamiento, ya que no sólo se reflejan

en los dominios menos “físicos” del SF-36 y en el

área de problemas psiquiátricos del EuropASI, sino

que con la EADG se identifica un importante porcentaje

de probables casos de ansiedad y de depresión,

que concretarían las patologías psiquiátricas concomitantes.

Las investigaciones sobre calidad de vida en adictos

fuera (24,25,26) y dentro de nuestro país (27,28),

demuestran una mejora notable de la misma tras un

tiempo en el PMM. Es llamativo el escaso número de

investigaciones a este respecto, máxime cuando,

como hemos comentado previamente, uno de los

objetivos de los PMM es una “mejora general de la

calidad de vida del adicto”, que en la mayor parte de

los casos parece medirse solamente con variables

“duras”.

Las dos experiencias más recientes que evalúan la

calidad de vida en estos pacientes son la australiana,

que muestra como los adictos al iniciar tratamiento

con metadona tienen una calidad de vida mucho peor

que la población general e incluso una salud física y

mental tan pobre que es similar a la de grupos con

enfermedades crónicas graves (somáticas y psiquiátricas)

(26). Y la más cercana de Barcelona, que confirma

una notable mejoría de la calidad de vida al año de

estar en PMM, que ya se aprecia el primer mes, aunque

sigue siendo peor que la de la población general

de esa ciudad; y que la mejoría es menor especial-

mente en aquellos consumidores de altas dosis de

heroína (27).

Sin embargo, la medida de este parámetro es una

incorporación relativamente reciente en los estudios

de evaluación de resultados de tratamientos en general,

salvo patologías como por ejemplo las tumorales,

y quizás se deba esperar un tiempo a su utilización en

el campo de las drogodependencias (6).

Aunque el instrumento para medirla sea diferente a

los de los estudios sobre adictos ya comentados

(salvo el de Ryan y White), los resultados obtenidos

en nuestra muestra avalan la sensación, también por

parte del adicto, de tener una aceptable situación, y

que probablemente ésta tenga que ver con el hecho

de permanecer en el PMM. Incluso ofrecen puntuaciones

semejantes, y en algunos dominios mas altas,

que las halladas en otros grupos a tratamiento por

patologías crónicas, tanto psiquiátricas como somáticas

en nuestro mismo medio (29,30,31,32). No obstante,

cabría decir que la calidad de vida de nuestro

grupo es, sencillamente, diferente a la de otros, aunque

ciertamente aún menor que la de la población

general (7), probablemente debida en gran parte a los

problemas somáticos (VIH) y psiquiátricos (depresión,

ansiedad) concomitantes y a una dificultad notable de

reinserción laboral.

En efecto, cuando se compara la calidad de vida de

nuestros pacientes drogodependientes con la que

presentan otros grupos de sujetos con patologías crónicas

en Asturias, utilizando en todos los casos el SF-

36, se aprecia que la de los pacientes drogodependientes

es relativamente semejante a la de pacientes

esquizofrénicos estabilizados en tratamiento; peor en

las escalas del componente mental y mejor en las

escalas del componente físico que la de los pacientes

hemodializados; peor que los enfermos trasplantados

de riñón en todas las escalas tanto del componente

mental como del físico; y mejor en general (salvo en

función social) que la de mujeres climatéricas sintomáticas.

Estas comparaciones quedan reflejadas en la

tabla 5.

Por último, realizando la comparación de nuestro

grupo con la población española general de 25-34

años (7), vemos que sus puntuaciones son menores

en todos los dominios, siendo las diferencias más acusadas

en salud general, vitalidad, rol emocional, y

salud mental (tabla 5); es decir, en las escalas más

relacionadas con el componente mental de la calidad

de vida relacionada con la salud.

Es necesario hacer hincapié en que la calidad de

vida de nuestro grupo está muy condicionada, como

era de esperar, por la infección por el VIH, y también

por la presencia de psicopatología (ansiedad, y especialmente

depresión), que la merman notablemente.

Las relativamente bajas puntuaciones en salud general,

vitalidad, rol emocional y salud mental están probablemente

relacionadas con estos hechos.

Por otra parte, hay que destacar que la información

aportada por el SF-36, es decir, la valoración subjetiva

del paciente, no es exactamente “paralela” a la reflejada

por los datos objetivos (análisis, situación laboral

y legal) o por los instrumentos de evaluación valorados

por el clínico, y en cierto modo considerados como

“objetivos” (EuropASI). Así, aunque los datos “objetivos”

señalan la importante influencia en los resultados

del tratamiento de los problemas con el alcohol,

del hecho de estar infectado por el VIH y de la ansiedad,

los datos “subjetivos” (SF-36) apuntan a que lo

más importante para el paciente, en cuanto a su

influencia, son los trastornos depresivos y su condición

de VIH+. Es decir, el estudio de la calidad de vida

puede ayudarnos a matizar y a priorizar los problemas

a resolver según el interesado.

 

 

 

FERNÁNDEZ MIRANDA, J.J.1; GONZÁLEZ Gª-PORTILLA, M.P.2; SÁIZ MARTÍNEZ, P.A.2;

G

UTIÉRREZ CIENFUEGOS, E.1; BOBES GARCÍA, J.2

(1) Unidad de Tratamiento de Toxicomanías. Servicios de Salud Mental de Asturias.

(2) Area de Psiquiatría. Departamento de Medicina. Universidad de Oviedo.

 

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