Una de las razones más evidentes para iniciar el vicio y mantenerlo es la que los mismos fumadores en los cursos para dejar de fumar llaman estatus. Durante la adolescencia el fumar crea la ficción de haber ingresado en el mundo de los adultos. A l adulto, el tener un cigarro entre los dedos le crea la ficción de compartir un mismo nivel y al mismo tiempo le brinda seguridad y confianza.

Además existe otra razón: promover la sociabilidad. El cigarro se constituye en un habito inseparable de toda ocasión en que no se desea desentonar del comportamiento del grupo social al cual se pertenece. Un cigarrillo brinda la seguridad que de otra manera no se obtendría y así, la conversación y las actitudes en sociedad se hacen fluyentes y amenas. Muchas de esas personas son fumadores ocasionales que podrían dejar de fumar si acudieran a un tratamiento adicciones, si no fuera por lo que para ellos representan los cigarros.

Más allá de estas razones, están los fumadores que se sienten en un estado de dependencia casi absoluta y que muy difícilmente podrían dejar de fumar sin ayuda de un tratamiento adicciones. Muchos de ellos tienen conciencia de la necesidad de poner término a su vicio. Saben que es perjudicial, pero si tratan de dejarlo, generalmente fracasan en su intento.

Dentro de este sector tenemos que señalar que la gratificación de la oralidad es la fuente más importante de motivaciones en todo fumador. Las primeras experiencias del niño se producen por la boca y esas impresiones quedan indeleblemente grabadas en el inconsciente del niño.

Cuando los padres tienden a gratificarlo o consolarlo, ante el llanto, la intranquilidad o dolores, el chupete se convierte en un elemento fundamental para tranquilizarlo; en otros, el dedo o las golosinas. Una psicóloga de tan aguda percepción como Elena G. de White, dice: “Rara vez se olvidan las primeras lecciones impresas en la mente del niño”. En otro lugar afirma: “Las impresiones dejadas precozmente en la mente se ven en los años subsiguientes. Quizá queden sepultadas, pero rara vez son raídas”. Por eso esta notable autora insistió en que los hábitos formados en los primeros meses o años de vida deciden si un hombre será vencedor o vencido en la batalla de la vida. El hombre, al nacer, es un ser necesitado. Al ser colocado en el mundo con su ambiente efectivo éste pasa a formar parte de lo biológico y afectivo. Esta historia del hombre está saturada del vicio de los cigarros. Esto es justamente lo que intentamos señalar cuando afirmamos que el chupete, el dedo o los dulces, condicionan al individuo para que, ya adulto al encontrarse en las mismas condiciones de ansiedad, temor e inseguridad busque superar esa angustia enforma oral. Otro de los factores que tenemos que señalar son las motivaciones sugeridas en una etapa posterior de la infancia, cuando ya el niño ha superado la etapa oral o de amamantamiento y que dan origen a la personalidad sado-masoquista. El masoquismo es realmente muy frecuente en los grandes fumadores, existiendo en un grado menor en todos los que conociendo los daños que pueden producir los cigarros siguen fumando, lo que es decir, suicidándose.

Otro aspecto que tenemos que señalar es que el cigarrillo sirve como medio para descargar la tensión emocional. Los movimientos de las manos, la inhalación y la exhalación respiratorias, la participación de los labios y de los dientes pueden servir simultáneamente como breves, pero frecuentes escapes para la agresión. Al respecto es posible observar cómo muchos fumadores muerden el cigarro, lo que se ve en prácticamente todos los fumadores de puros, que se acostumbran a sostenerlo en la boca con los dientes.

Otra característica tiene que ver con las satisfacciones sustitutivas de necesidades emocionales. La inhalación y exhalación respiratorias, pero especialmente la participación de los labios, sirven como sustitutos para el sentimiento de intimidad y de proximidad insatisfechos. La persona que sienta sed insaciable de afecto, puede satisfacer parcialmente esa necesidad. Al mismo tiempo, los sentimientos de culpa concomitantes que resultan de esa insaciable necesidad de intimidad, y que la avergüenzan, le permiten castigarse a través del sistema buco-respiratorio, fumando hasta que la lengua, la bucofaringe y la faringe lleguen a doler, convirtiéndose así el cigarrillo en un sistema autopunitivo. Naturalmente, la satisfacción emocional que resulta del fumar varía con cada individuo y depende de la estructura de su personalidad. No hay ninguna fórmula psicológica que sea aplicable a todo individuo.

Otro de los factores es la compensación de la pasividad. Todo el ritual del fumador: búsqueda del cigarro, encendido, inhalación y exhalación, movimiento de las manos, se convierten en una actividad compensatoria de su pasividad. Piénsese que un fumador que fume 20 cigarrillos diarios, en un año repite ese ritual 7300 veces y en 20 años llega a la increíble cantidad de 146.000.

A otros fumadores el hábito les permite compensar su soledad. Un cigarro encendido en el cenicero, o que se consume entre los dedos, y las volutas de humo que lo acompañan se transforman en un compañero casi vivo. Recuerdo a una paciente que había intentado dejar de fumar varias veces. Solamente pudo dejarlo cuando advirtió en su terapia que para ella el cigarro constituía el compañero de su soledad.

Otros fumadores buscan en el cigarrillo una sensación estimulante o relajante. Las reacciones fisiológicas moderadas del acto de fumar, como por ejemplo el aumento del ritmo cardíaco y la vasoconstricción periférica pueden proporcionar un estímulo, aunque breve, para sostener el estado de vigilia en un individuo que se encuentra fatigado o en estado de confusión. De la misma manera el individuo que se encuentra tenso puede encontrar que similarmente al chupete, al dulce o al caramelo de su infancia, el cigarro le permite relajarse. Estos sentimientos van acompañados también por un efecto depresor del cigarro sobre el músculo cardíaco.

Otros individuos fuman por que son adictos al humo. Estos son los que no pueden fumar en la oscuridad, ya que para ellos todo el encanto de la droga reside en observar el humo.

Finalmente debemos señalar a los que fuman simplemente o tal vez complejamente por que han adquirido el hábito.

Tal vez ésta parezca a algún lector una razón poco psicológica, pero advirtamos que ese individuo que cumple 7.000 veces o más con el ritual de hábito en un año, está expresando un personalidad profundamente dependiente, clásica de aquellos individuos que en su infancia fueron manejados por padres dominantes que no les permitieron ejercer su propia voluntad.

Adviértase, en suma, que estas clasificaciones que hemos hecho nos permiten encontrar causas comunes en los grupos de fumadores y que son un requisito necesario e imprescindible para una terapia adecuada de tratamiento adicciones. Por eso decíamos al principio que toda la estructura de la personalidad del fumador está implicada en su vicio, son motivaciones que van de la parte consciente a la inconsciente del ser humano.

Fuente: es.geocities.com