El psicoanálisis cura y, en algunas ocasiones, permite prevenir enfermedades. Esta se realiza a través del acto de palabra evitando las actuaciones y racionalizaciones que se establecen en una relación imaginaria donde el análisis se transforma en interminable. En sus primeros escritos Freud enunció que un análisis es interminable, lo que finaliza es un tratamiento.
En la actualidad el psicoanálisis tiene varios desafíos. Entre ellos, los desarrollos en psicofarmacología y los tratamientos que ofrecen la rapidez de una cura acorde con los tiempos que corren. Ambos hablan de un síntoma que puede ser modificado por una pastilla o alguna técnica especifica. La particularidad de un tratamiento psicoanalítico es dar cuenta de un aparato psíquico sobredeterminado por el deseo inconsciente. En su singularidad, cada cura es única. La misma va a permitir tejer una trama simbólica en la medida que adecuemos el dispositivo a las posibilidades del paciente. Es que las sintomatologías actuales cuestionan el dispositivo clásico al aparecer demandas que requieren crear Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos. Esto nos lleva a la complejidad que aparece en nuestra práctica.
En este sentido rescatar la especificidad de la cura analítica no impide desconocer los avances en los desarrollos psicofarmacológicos; así como situaciones que determinan la necesidad de implementar técnicas específicas (familiares, de pareja, grupales, dramáticas, etc.) o el continente de un grupo de autoayuda. De esta manera la relación entre psicoanálisis y otros abordajes terapéuticos llevan a pensar en “tratamientos mixtos” donde es necesario dar cuenta de lo específico de un análisis. Por ejemplo, aclarar las posibilidades de una pastilla requiere trabajar sus efectos en la transferencia para poder establecer sus límites. Esta situación, paradójicamente, actualiza la importancia del tratamiento psicoanalítico donde el cuerpo orgánico depende de un cuerpo pulsional y este se manifiesta como un acto de palabra. Es decir, la palabra es pulsional. Es que, como he planteado en otro texto: “El síntoma requiere para entenderlo teóricamente una tópica del aparato psíquico, una energética pulsional, una dinámica de los conflictos y una referencia histórica-genética. En éste se halla una red de significaciones y afectos que se insertan en una organización en la que se expresan fuerzas antagónicas: deseo y prohibición, pulsión y defensa. En el tratamiento van a encontrarse con resistencias que reeditan en la relación transferencial la fuerza que en otro tiempo actuó como represión. El simbolismo del cuerpo permite entender que el mismo no se da de una vez para siempre sino que se va construyendo con la realidad fantasmática del sujeto en su relación con el otro. De esta manera puede establecerse la hipótesis de que el cuerpo se define como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello el cuerpo se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico”. En este sentido se puede decir, junto a Julia Kristeva, que “Tras su período lingüístico, el psicoanálisis de nuestros días, y sin duda el del futuro, vuelve a prestar atención a la pulsión, a causa de la herencia freudiana y bajo la presión de las neurociencias. En consecuencia, descifra la dramaturgia de las pulsiones más allá del significado del lenguaje tras el que se oculta el sentido pulsional. Los indicios de este sentido pulsional pueden ser translingüísticos. Tomemos, por ejemplo, la voz : sus intensidades, sus ritmos manifiestan a menudo el erotismo secreto del deprimido que ha cortado los lazos del lenguaje con el otro, pero que no obstante ha enterrado el afecto en el código oscuro de sus vocalizaciones, en las que el analista irá a buscar un deseo menos muerto de lo que parece”.
Trataré de ejemplificar lo que estoy afirmando a través del relato de un paciente que se presenta como “jugador compulsivo”. Su tratamiento se desarrolla al mismo tiempo que participa en un grupo de Jugadores Anónimos.
El jugador compulsivo
Este síntoma consiste en la presencia de frecuentes y reiterados episodios de juegos de azar que dominan la vida del sujeto llevándolo a una pasión patológica por el juego. Se debe distinguir diferentes tipos de jugador:
1°) Jugador ocasional: es el que juega ocasionalmente.
2°) Jugador episódico: juega durante un período determinado.
3°) Jugador habitual: juega con regularidad.
4°) Jugador profesional: es aquella persona para la cual el juego es su medio de vida.
5°) Jugador compulsivo: es el que juega compulsivamente y no lo puede controlar, dañando el funcionamiento de su vida personal, familiar, laboral y social.
Clásicamente hay varias fases en el jugador compulsivo:
1°) Fase de la ganancia: gana con frecuencia y alardea de sus ganancias.
2°) Fase de la pérdida: episodios prolongados de pérdidas las cuales encubre con mentiras. En esta fase comienza a endeudarse.
3°) Fase de desesperación: aumenta el tiempo que le dedica al juego. De esta manera se endeuda aún más hasta llegar a delinquir para conseguir más dinero.
4°) Crisis: derrumbamiento emocional en el cual entra en crisis su relación con sí mismo, las relaciones familiares, laborales y sociales.
Leer más: Tratamientos mixtos: La pasión patológica por el juego
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Psicoanálisis. El psicoanálisis (del griego ???? [psyque], alma o mente; del alemán Seele, alma -según definición del propio Freud en su artículo de 1883 Tratamiento psíquico; y ???????? [analysis], análisis, en el sentido de examen o estudio) es una práctica terapéutica fundada por el neurólogo vienés Sigmund Freud alrededor de 1896. A partir del psicoanálisis se han desarrollado posteriormente diversas escuelas de psicología profunda o de orientación dinámica y analítica. Asimismo, la teoría ha influenciado a muchas otras escuelas psicológicas y de terapias no necesariamente psicoanalíticas.